Huir o morir, es la decisión a la que los rohinyás, repudiados en Birmania por ser musulmanes, se enfrentan. Una oleada de violencia y una campaña militar durísima hace que sean perseguidos, torturados y asesinados, obligados a escapar a la vecina Bangladesh.
Desde el 25 de agosto son más de 370.000 los que han huido, buscando vivir. Lo peor, dos tercios de ellos son menores. Como Abdul al que la huida lo ha dejado solo: "Me preguntaron ¿dónde están tus padres? Y yo les dije que no sabía dónde están ellos".
Tan doloroso como duro, su camino dejando atrás esa Birmania que no los reconoce puede durar hasta 15 días, sin más medios para sobrevivir que los que encuentran a sus pies. "He llegado aquí hace tres días cruzando un río con varios adultos. Comí hojas de los árboles y bebí agua para sobrevivir", asegura Mhammad Ramiz, un niño migrante rohingya.
Y llegan cargando con lo vivido, con aquello que se hace imborrable, más, durante la infancia. Sara bodas, jefa de trabajo de UNICEF en Bangladesh denuncia: "Llegan muy traumatizados, llegan niños que les han asesinado a los padres, torturados y que han pasado cosas horribles".
La ONU dice que se podría estar produciendo una limpieza étnica, las ONG hablan de emergencia. Mientras ellos solo buscan un lugar donde sean tratados como lo que son, personas con derechos.