La Audiencia de Sevilla condena a la acusada, tras el veredicto emitido por un jurado popular, a doce años y seis meses de prisión por el delito de asesinato y otros dos años y medio por el incendio. En ambos casos con las atenuantes de la confesión tardía y la drogadicción.
Además de la condena impuesta por la audiencia, impone a la acusada al pago de una indemnización de 90.000 euros a la familia de la víctima (tres hermanos), otra a los dueños del supermercado con 7.899 euros y 240,60 euros al propietario de la vivienda.
El jurado ha probado que los hechos tuvieron lugar entre los días 21 y 23 de septiembre del 2016, cuando la inculpada coincidió en una avenida de la capital hispalense con la víctima, con quien "mantenía ciertas desavenencias relacionadas con el consumo de sustancias tóxicas a las que ambos eran adictos" y a quien convenció para que le acompañara a un local abandonado.
Una vez allí, la acusada agredió al fallecido "de diversas formas, causándole menoscabos físicos que, efectivamente, acabaron provocando su fallecimiento, el cual se produjo instantes después de haberle pisado con gran violencia el cuello, descargando todo su peso sobre él".
Según el jurado, la acusada "quiso asegurarse" que la víctima "no pudiera defenderse frente a su agresión", por lo que, ya en el local y "simulando que era un juego", consiguió que el hombre se sentara en una silla en el patio, "lo que aprovechó para atarlo y maniatarlo de brazos y piernas, quedando así privado de toda defensa".
La sentencia recoge que la encausada "no sólo quería causarle la muerte, sino también aumentarle innecesariamente el sufrimiento previo a ese desenlace", para lo que "le colocó una especie de mordaza con varios trapos en la boca, le propinó diversos golpes con los puños y le clavó hasta siete veces un cuchillo".
También le golpeó con un martillo y unos alicates "con gran violencia" en el rostro, tras lo que "le introdujo en la boca varias pastillas de haloperidol, así como agua oxigenada (o tinte del pelo) y Betadine, y procedió así mismo, con una jeringuilla que encontró allí, a inyectarle aire y haloperidol".
El 25 de septiembre, y "para evitar que el cuerpo fuera descubierto por algún toxicómano de los que frecuentaban el lugar ante el fuerte olor que desprendía", la acusada decidió quemar el cadáver y el fuego se propagó rápidamente por todo el local "con grandes llamaradas y humareda", lo que obligó a desalojar una vivienda situada en el piso superior y afectó a un supermercado.
El jurado también consideró probado que, en el momento de ocurrir los hechos, la acusada era adicta a sustancias psicotrópicas, heroína y cocaína, lo cual mermaba en parte sus facultades volitivas.
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