Sin apenas luz y en mitad del océano. 630 migrantes llevan horas jugándose la vida. Huyen de la guerra y de la miseria hasta que las ONG les rescatan. Las horas de tensión y de pánico se transforman en abrazos y en cánticos de agradecimiento.
Ya están a bordo del Aquarius, a salvo, pero la odisea continúa. Están en una situación crítica y los destinos más próximo, Malta e Italia, les cierran las puertas.
La esperanza para estas cientos de personas está a 790 millas náuticas. España ofrece un destino seguro, el puerto de Valencia. Pero el barco va abarrotado, no es seguro y no hay provisiones suficientes.
La noche del lunes se complica. Todos duermen hacinados, la tensión va en aumento y los voluntarios tienen que actuar en varias peleas.
Las soluciones llegan el martes: Italia, la misma que les cerró las puertas, ofrece dos buques para ayudar a transportar a los rescatados.
Empiezan a llegar los alimentos. En el barco, ya conocen cuál será su destino: España. Ya el miércoles, por primera vez, se pueden dar una ducha de agua caliente y se pueden lavar los dientes. Las caras de todos ellos, por fin, muestran cierta tranquilidad.
El barco hace una primera parada en Sicilia donde reciben más alimentos, pero parte de la fruta proporcionada por Italia está podrida y acaba por la borda.
Surge además una preocupación: el tiempo, se esperan olas de 4 metros. El jueves, tras pasar posiblemente la peor noche del Aquarius, el mar de tregua. Vuelve así la música y las sonrisas. Tras cruzar las Islas Baleares, tras la odisea, por fin han llegado a Valencia.
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