Ser la nueva, tener la piel más oscura o preferir la lectura a jugar al fútbol: cualquier cosa puede convertir a un estudiante en el centro de las chanzas de sus compañeros de clase, de las que no se libra cuando toca la campana porque "el bullying no se acaba a las cinco de la tarde".
"El bullying no se acaba en el instituto, el bullying no se acaba nunca a no ser que te metas en tu casa y no salgas de allí": lo dice una joven adolescente que sufrió el acoso de sus compañeros cuando se mudó a un pequeño pueblo de Badajoz.
Su testimonio es uno de los muchos que ha recopilado Amnistía Internacional en el primer informe que ha elaborado sobre este problema en nuestro país, 'Hacer la vista... ¡gorda!: El acoso escolar en España, un asunto de Derechos Humanos'.
Su única culpa fue el de irse a vivir a un sitio en el que "todo el mundo se conocía" y ella era "la nueva". Esa condición levantó al principio solo "cuchicheos de mira, esa está haciendo tal cosa, aunque no estuviera haciendo nada". De sus padres escuchó "lo típico", la frase de que "si pasas de ellos, se cansarán".
"Pero de mí no se cansaron", dice. Y esos cuchicheos acabaron por agresiones físicas que la adolescente llevó su caso a la jefatura de estudios, que se lo tomó como "cosas de críos". Ella está convencida de que "quien se mete con otra persona es que no se siente muy bien consigo mismo", por eso cree que, además de ayudar desde el primer momento con la víctima, también hay que hacerlo con el acosador.
Ahora quiere contar su caso para que nadie tenga que pasar por lo mismo y porque "no pasa nada por hacerlo; está bien que salga a la luz porque no son solamente unos pocos, afecta a mucha gente. Y no solo a los chavales: en general, según Amnistía, provoca un gran sentimiento de culpa en sus padres.
Fue el caso de Carmen Villar, cuyo hijo sufrió acoso en 1.º de la ESO. "Se metían con él a diario, lo insultaban, lo aislaban, no lo dejaban participar, lo empujaban, lo esperaban a la entrada y a la salida del colegio... Le hacían la vida imposible tanto en el centro como fuera". Desde pequeño le gustaba leer y estaba siempre motivado, hasta que "llegó el momento en que no participaba en nada en clase".
La situación le generó "desconfianza y recelo" en los adultos porque le habían fallado. "Yo también me incluyo porque lo único que pude hacer por él es cambiarlo de colegio", sostiene esta madre.
"Antes llegabas a tu casa y estabas protegido, y ahora resulta que llegas a tu casa y te pueden seguir mandando mensajes por Whatsapp en tono desagradable o directamente amenazante", explica José Luis Cerezo, profesor en un instituto de Madrid que ha atendido casos de acoso escolar.
En su opinión, la forma tanto de sobrellevar el acoso como de combatirlo ha cambiado mucho, porque antes la mentalidad era de una "aceptación dinámica de resolución de conflictos agresiva: si a ti alguien te pega, tú también le partes la cara": "Ahora no les enseñamos a resolver los conflictos así y ello facilita que no haya acoso", afirma.
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Por ejemplo, formando a los propios chicos en programas de buenas prácticas en redes, como hizo un grupo de 25 alumnos que dieron un cursillo a los chicos de 1.º de la ESO y después lo hicieron con los más pequeños de 5º de primaria de otro centro educativo, una experiencia que califica de "éxito".