La mayoría de las decisiones que se toman en política se pueden comprender desde la empatía y midiendo el factor humano. No existen demasiadas estrategias ni tácticas sesudas en una gran parte de los comportamientos que nos toca analizar en el día a día, lo que no quiere decir que esas decisiones tomadas desde la emoción o la víscera no tengan trascendencia política. José Luis Ábalos no ha desobedecido la petición de la ejecutiva de su partido para que entregue el acto de su partido por un cálculo político, sino por simple supervivencia personal, económica y jurídica, que le proporciona el sueldo y el aforamiento como diputado. Se convierte en tránsfuga por una decisión comprensible desde lo humano que, sin tener nada que ver con lo político, tiene unas importantes repercusiones políticas. Ábalos ha decidido secuestrar su acta tomando como rehén la voluntad popular y convirtiendo lo público en propiedad privada. Esa manera de entender los recursos públicos es lo que le invalida para ser diputado como le invalidó como ministro.
La comparecencia de José Luis Ábalos solo puede comprenderse desde lo psicológico pensando en alguien que siente que se le ha tratado de manera inmisericorde por sus compañeros. Desde el punto del agravio no se le puede reprochar nada porque es muy probable que se haya actuado con él con unos límites morales que no se han dado en el pasado y que no tienen coherencia ni responden a una pregunta sobre dónde se pone el límite con la responsabilidad de los nombramientos. Si Ábalos es responsable políticamente por el nombramiento de Koldo García, ¿por qué no es responsable Pedro Sánchez por el nombramiento de Ábalos? Siempre hay una laxitud ética en toda decisión discrecional que se toma a la hora de hacer un cortafuegos con la corrupción porque toda responsabilidad en política tiene un carácter colegiado que tiene que asumir de manera individual el señalado para cortar la crisis. Pero su comportamiento en la comparecencia no es aceptable ni defendible políticamente. Una frase marca el carácter individualista y personalista que toma y que olvida que no habría sido nada de lo que ha sido sin la construcción colectiva de su partido. "Vengo solo en mi coche, no tengo secretaria, no tengo a nadie detrás, ni a mi lado, me enfrento a todo el poder político, quien me lo iba a decir, de una parte y de otra, y lo tengo que hacer solo, soy un mero peón que se inserta en una lucha política sin reglas que se fundamenta en la eliminación de cualquiera y de cualquier modo".
Lo primero es que no es ningún mérito ni valor hacer lo que hace el común de los mortales. Ábalos no es ningún héroe del contrapoder queriendo presentarse como un outsider que se enfrenta a la casta, menos lobos, José Luis, no nos tomes el pelo. Pero, además, siempre se les olvida que no hubieran ostentado jamás ese cargo público al que se aferran sin la fuerza de las siglas que les respaldan. Claro que has tenido a muchos detrás y al lado, los que te han permitido ser ministro y que ahora te piden el acta. Los mismos que te lo dieron ahora te lo piden. El deber político de Ábalos era dejar su actacomo su partido le ha pedido porque la vida no se acaba en lo público y los cargos no son de su propiedad, sino del pueblo.
La decisión del PSOE ha sido dura, intachable y contundente. Tanto que se pone en cuestión la justicia de la decisión de Ábalos cuando no pesa sobre él ningún tipo de cuestionamiento legal. Es paradójico que cuando se tomen las decisiones que siempre hemos exigido a los partidos políticos se cuestione si son muy duras. Tampoco respondían a los valores de la justicia, sino a la discrecionalidad, todas las decisiones que determinaron que él fuera ministro por encima de otros compañeros, o las que como Secretario de Organización él mismo tomó haciendo que los militantes y miembros de su partido obedecieran. No hay justicia en un partido porque son organizaciones jerárquicas que toman directrices que otros obedecen y unas veces te toca obedecer y otras mandar. Ábalos ha estado en ambos roles, pero la mayoría de los militantes solo obedecen a lo largo de su vida decisiones que toman personas como Ábalos. Él mismo sabía lo que significaba acatar decisiones en contra de su voluntad y valores cuando se abstuvo para que Mariano Rajoy fuera presidente del Gobierno, en aquel momento, cuando su salario y posición política no estaban en cuestión, no valoró la justicia o injusticia de su decisión, simplemente acató, votó lo que le dijeron, y siguió en el partido porque asumió que una decisión ejecutiva de su formación se tiene que respetar.
José Luis Ábalos en su comparecencia, apelando al victimismo que tanto se lleva hoy, olvidó dar explicaciones sobre su gestión de los recursos públicos a su cargo. No por el caso de las mascarillas, sino por la gestión de los recursos humanos que lleva aparejado un gasto de fondos públicos en asesores y cargos públicos y que conllevaron ese desfalco. No ofreció ninguna explicación sobre el hecho de que un personaje como Koldo García, con lo ya sabido, acabara bajo su responsabilidad con un poder constatable en el ministerio que mayor provisión de fondos públicos maneja siendo consejero de Puertos del Estado y de Renfe. Esa gestión es la que obliga a José Luis Ábalos a asumir su responsabilidad política, porque el dinero público es sagrado. Les voy a contar una pequeña experiencia personal que ayuda a comprender cómo esa gestión del dinero público era tomada con una laxitud improcedente para un ministro.
A finales del año 2020 me tomé un café con José Luis Ábalos en el ministerio de Fomento. Me abrió la puerta del despacho Koldo García. El mismo que la cerró quedando fuera. El ministro estaba preocupado por el acoso al que le sometía la extrema derecha porque tenía motivos para ello incluso sufriéndolo en su propio domicilio. El ministro estaba interesado en mi manera de confrontar con los fascistas en un momento en el que estaban en pleno ataque contra la izquierda. En aquella reunión informal, en la que me preguntaba sobre cual creía que era el mejor modo de afrontar la estrategia de comunicación y cómo veía la situación de los partidos ultras, me ofreció incorporarme a su equipo de comunicación como director de Comunicación de Enaire. Una empresa pública que se dedica a gestionar las torres de control aéreo. No entendía cómo podía ayudar alguien como yo en la gestión de la comunicación contra la extrema derecha desde un puesto que se dedica a las torres de control aéreo. La conversación me hizo entender, sin que eso se pusiera sobre la mesa de manera directa, que compaginaría esa labor con trabajos de estrategia de comunicación para el propio Ábalos y el partido, del que era secretario de organización, con un trabajo muy bien remunerado al frente de Enaire que, según su descripción, no llevaba mucho trabajo. Un puesto en una empresa pública que tenía una retribución de 100.000 euros al año. 100.000 putos euros. Nunca entendí qué hacía ofreciéndome un puesto para el que no tenía ninguna formación sobre seguridad aérea. Tras lo sucedido con Koldo García lo entiendo y no es normal la ligereza con la que se usan puestos tan bien remunerados en el sector público. Rechacé esa propuesta a pesar de que en una legislatura habría ganado más dinero que en toda mi vida porque no creía que en ese momento estuviera cualificado para un puesto así. Pero no tendría ni que haber tenido la oportunidad de tener acceso a una oferta de ese porte.
No creo que en el comportamiento de Ábalos haya una especial diferencia con la gestión de los recursos humanos en forma de asesores que se manejan en el resto de partidos, ministerios y administraciones. Solo hay que ver la recopilación de asesores en el Congreso de los principales partidos para entender que lo que prima es la lealtad y el seguidismo antes que la preparación, pero es una obviedad que debe existir otra manera de proceder para que en el futuro no haya casos como el de Koldo García. Porque la lealtad no es algo que esté reñido con la preparación, la formación, la valía y la honestidad. Los recursos públicos son sagrados y todo aquel que no entienda esa máxima no tiene que tener espacio en la vida política de nuestro país.