Una de las cosas más divertidas que se han oído es que la izquierda ha cancelado a Karla Sofía Gascón. Primero porque es mentira, y segundo porque ni siquiera tendría el poder para hacerlo. Pero en la izquierda estamos acostumbrados a que se nos culpe de lo que hace el poder. Lo cierto es que más allá del disgusto que mucha gente ha podido sentir por los comentarios racistas e islamófobos y por la retahíla de insultos a todo el que pasaba por allí, nadie desde la esfera progresista había pedido ningún tipo de consecuencia profesional para la actriz, de hecho la mayor comprensión y quejas por la desproporción del coste sufrido por Karla Sofía Gascón viene del mundo de la izquierda y la cultura que, rechazando los comentarios, asume que todo el mundo tiene derecho a equivocarse, pedir perdón, evolucionar y que unos comentarios en redes no le cuesten a nadie la vida social y profesional.

La gala de los Goya se caracterizó por mensajes pidiendo algo de mesura con la reacción contra la actriz de Emilia Pérez. Destacó entre ellos el de C.Tangana que, sin mencionarla, defendió el derecho a equivocarse y pedir perdón sin que ello suponga la muerte social de nadie. Y tiene razón. No hay ningún comentario en redes sociales que pueda costarle a nadie la imposibilidad de desarrollar su vida profesional y la oportunidad de ganarse la vida. La proporción entre el daño y el coste tiene que ser equilibrado y nada con Karla Sofía Gascón lo ha sido entre otras cosas porque ha entrado a jugar el capital.

A Karla Sofía Gascón le ha cancelado el capitalismo, el beneficio empresarial, el marketing y sus compañeros de cartel que han visto cómo se ponían en riesgo sus premios y prestigio profesional por el coste que podía suponer a la película. Si Netflix no hubiera considerado que los comentarios de Karla Sofía Gascón le pudieran suponer un importante coste económico, habría podido hacer la promoción como si nada. Lo único cierto es que la izquierda es la que está pidiendo un poco de consideración y mesura y que el coste por equivocarse no sea de una desproporción tan masiva. La actriz deberá hacerse cargo de sus comentarios denigrando a otras minorías, pero el poder para pasarle el coste siempre está en la cuenta de resultados de las empresas y el capital.

La única cancelación posible que existe es la que ejerce el poder y este está siempre en el dinero. Nadie nunca saldrá perjudicado por sus comentarios o actitudes si eso no le genera un coste o un perjuicio a quien proporciona el trabajo, la profesión o el salario a quien profiera cualquier tipo de discurso inaceptable para un determinado grupo social de presión. Siempre puede haber un intento por apartar de la vida pública a alguien por diversos intereses a la mínima oportunidad, pero en última instancia siempre habrá quien baje el dedo atendiendo a la masa si considera que puede haber un perjuicio económico. No olviden nunca que siempre es el dinero el que tendrá la última palabra en el envío al ostracismo a cualquier individuo.

La misma semana en la que Karla Sofía Gascón perdía la posibilidad de hacer la promoción de su película porque Netflix la ha apartado, Netflix, no un soviet, José Luis Garci dijo que Karla Sofía Gascón tenía que estar nominado a mejor actor y no a mejor actriz. Si a Jose Luis Garci no le ha costado ningún disgusto el comentario tránsfobo no es porque no sea un comentario igualmente despreciable, sino porque es un señor con poder bien relacionado y que sobre todo no se ha disculpado por el comentario y tiene detrás a una corriente de opinión y el capital disponible, social, político y económico, que está dispuesto a defenderlo bajo cualquier circunstancia para que pueda soltar su discurso reaccionario y que no le genere ningún coste profesional.

Recuerden que la clase siempre importa. También en los costes de tener un discurso de mierda.