Al igual que hay alimentos que han gozado de buena fama, o que han pasado desapercibidos en nuestras rutinas del día a día, y no era justificada, también hay muchos alimentos a los que hemos colgado el “San Benito” y tampoco está justificado. Las injusticias nutricionales se suceden a lo largo de nuestra dieta, cultura y día a día.
A pesar de la labor de los divulgadores y dietistas-nutricionistas, muchas sobreviven hasta nuestros días, incluso muchas de sobra desmitificadas como la famosa frase de “bébete el zumo corriendo que se le van las vitaminas”. Más de uno se ha “tragado” el zumo como si su vida dependiese de ello.
De entre toda esta mitología y creencias que sobreviven con el paso de los años, hay algunas que me llaman especialmente la atención, bien por lo injustificado de sus afirmaciones, bien porque no se muy bien de donde ha nacido esta creencia. Y es que, como dice aquella frase, el ser humano puede ser maravilloso, y somos capaces de crear la magia donde no la hay, aunque con ello estemos condenando a un alimento que tiene más bondades que defectos.
La pasta por la noche engorda
No sé qué tiene la noche, pero es cuando más magia le metemos a la alimentación. De entre todas las explicaciones que me han dado, me quedo con una que es la más repetida: como por la noche me acuesto y no hago ejercicio, no lo quemo, y entonces engorda “más”.
Si hablamos de calorías, los alimentos no tienen un reloj ni una célula fotovoltaica que sepa detectar si es de día o de noche y, a consecuencia, cambien sus calorías. Siempre tienen la mismas, sea la hora que sea.
Respecto a que “no quemamos” las calorías por la noche, entonces, ¿por qué tenemos que dormir? ¿Por qué el cuerpo nos pide que descansemos cada día un mínimo de 7 u 8 horas? Por mucho que creamos, dormir no es lo mismo que hibernar, por lo que si hay un gasto de calorías. El cuerpo, por decirlo de una manera simplificada, se “repara” del desgaste del día por la noche. Y en ese proceso gasta calorías.
Evidentemente no gasta las mismas que durante la actividad diaria, pero tampoco pone el contador a cero, por lo que más que si comemos pasta o no la comemos, me fijaría en la cantidad y en qué la acompaña: si está dentro de una ensalada y es pasta integral, o si lo que nos estamos cenando es un plato hasta arriba, bien blanquita (refinada) y con bien de salsa rica en grasas poco cardiosaludables, sal y azúcar. He ahí la diferencia, no la hora.
El plátano engorda
“Me han dicho que el amarillo está maldito para los artistas” Así empezaba su famoso pasodoble el gaditano Manolo Santander, convirtiéndose en himno oficioso del club de fútbol Cádiz. Y parece que para la fruta también es un color desafortunado, y si no, que se lo pregunten al plátano, cuya mala fama le pesa hoy en día.
No se si por su textura cremosa o por su dulzor, se ha ganado la fama de engordar y de ser malo para los pacientes con diabetes. Incluso, muchos llegan a decir que cuanto más maduro peor. Parece que las calorías van apareciendo de la nada según madura esta fruta que tantas alegrías me da en las medias mañanas y meriendas (no por nada en especial, si no porque es fácil meterlo en la mochila y pelarlo en cualquier parte sin necesidad de un cuchillo).
La prueba para tirar abajo este mito es fácil. Buscamos dos datos en internet: por un lado, las calorías por 100 gramos que tiene un plátano y, por ejemplo, una manzana. Y por otro lado, cuanto pesa de media un plátano mediano y una manzana mediana. Hacemos una regla de tres para saber las calorías de un plátano y una manzana y… ¡tachan! La diferencia entre ambos no llega a ser no 10 kilocalorías. Es decir, algo totalmente anecdótico y que hace que podamos decir que una manzana y un plátano tienen unas calorías similares.
Entonces, ¿Por qué el plátano si y la manzana no? He ahí el misterio de las creencias que corren de boca a boca como los cotilleos más jugosos de un vecindario.
La yema es peor que la clara
En este caso sí se de donde le ha venido la fama. Hace tiempo se pensaba que el consumo del colesterol que contenían los alimentos era directamente proporcional al colesterol que teníamos en sangre. No por nada se hizo una campaña contra el colesterol como el principal responsable de todos los males de la humanidad allá por los años 80.
Hoy en día sabemos que de todo el colesterol que tiene un alimento, y en concreto, el huevo, no se llega a absorber ni el 15% del total. Y que el colesterol que tenemos en sangre es el resultado de muchos mas nutrientes, como las grasas totales, saturadas o el exceso de azúcares. Por esto, de ser la mala de película y de recomendar tortillas de claras cuando en el análisis de sangre nos salía el colesterol alto, a recomendar su consumo.
De hecho, en su recomendación de consumo también ha habido cambios. De recomendar 2 o 3 como mucho a la semana, los últimos estudios apuntan a un consumo más frecuente sin que la salud se resienta. Incluso pudiendo tomarlo todos los días sin miedo a que se nos dispare el LDL. Además, se recomienda por su gran capacidad de saciar y permitir retrasar la aparición de hambre.
El melón por la noche es indigesto
Y en último lugar, un mix de dos mitos que ya hemos visto. En este caso se suma la existencia de una “fruta mala” con un “momento mágico”: el melón y la noche. Este mito (ya te adelanto que es un mito sin fundamento científico alguno) además tiene mucho tiempo en nuestra cultura. De hecho, tiene hasta su propio refrán: “el melón por el mañana oro, por la tarde plata, y por la noche mata”.
Se quedaron tan anchos. ¿En qué se fundamentaban? No lo se, pero intentando hacer una teoría, puede ser que su contenido en agua tenga algo que ver. Tanto el melón, como la sandía, son muy ricos en agua, por lo que, si comemos una gran cantidad, puede ser que notemos eso en el estómago (sobre todo si lo hemos tomado de poste y se suma a todo lo que hemos comido) y que esto nos obligue a levantar por la noche a ir al baño.
Pero de ahí a “matar” va un largo camino. De hecho, no pasa nada por tomarlo por la noche. De hecho, ¿hay algún placer mayor para una noche calurosa de verano que tomar fruta fresca y fresquita? Creo que pocos que sean igual de saludables. Por lo que, seguramente, tiene más que ver con alguno que se comió un par de melones una noche que el propio melón. El problema del asunto es que, a día de hoy, sigo oyéndolo incluso en gente cercana cuando salimos a cenar y lo pido de postre: ¿vas a comer melón por la noche con lo malo que es?
Me dijo él con un gin tonic en la mano…