No pudo ser. No pudo conseguirlo. No se convirtió Carlos Alcaraz en el campeón olímpico más joven de la historia del tenis masculino. El de El Palmar, en París, se encontró con el mejor Novak Djokovic de todo 2024 en una final que pasará a la historia como uno de los mejores encuentros que el serbio ha jugado en toda su carrera deportiva.

Sí, palabras mayores sabiendo que el partido, en sus dos sets, se fue al tie break. Pero así es. Así es porque Djokovic no ha dado opción. Porque Novak tenía ganas de oro. Tenía ganas de lograr el único título que le faltaba... y cómo se notó.

Llegaba a todo. Absolutamente a todo. Le daba lo mismo que Alcaraz le hiciera una dejada. Que le probara con un paralelo. Que se la cruzara. Que le lanzara una volea. Le daba lo mismo. Novak llegaba, y no solo llegaba sino que luego golpeaba la bola para que fuese justo a la línea.

Para que fuese imposible para un Alcaraz que estuvo impreciso. Que se vio superado por un Djokovic superior al que, eso sí, tuvo contra las cuerdas en el primer set cuando tuvo hasta cinco bolas de break. Sí, cinco. Cinco tuvo. Cinco fueron. Cinco que no consumó y que Djokovic levantó.

A partir de ahí Novak ya tenía el viento a favor. El serbio, que sabía lo que acababa de levantar, se exhibió en el tie break del primero para poner toda la presión en el tejado de Alcaraz. Porque tenía que remontar. Y sí, podría haber sido posible de no tener frente a él al mejor Djokovic de todo el año.

En la segunda manga, lo mismo. Al tie break con golpes imposibles ante un Carlos que no estaba del todo fino. En el desempate no hubo color. Djokovic, superior.